Es uno de esos días apáticos en las que uno desea cierto
abandono de espíritu pero sin demasiadas pretensiones y que hasta una pequeña
huida se antoja una bocanada de aire, o la posibilidad al menos de no tener que
seguir respirando ese aire viciado y pesado que hace que se comprima el
estomago como si estuviera esperando una fatalidad o cuando menos que algún
acto o persona termine por qué ese día que no era más que rutina de hastío se
convierta en otro agobiante día.
Pero llega el aire, hoy en Zaratamo hay una charla
cultural sobre Gorbea a cargo de Iñaki García Uribe y el cantautor Gontzal
Mendíbil y es una de esas evasiones que se agradecen. Apenas doscientos metros después
de dejar la autopista comienza el ascenso por la sinuosa carretera de Arkotxa
dirección a Zaratamo, lugar donde se producirá el evento.
Zaratamo es un pueblecito de montaña en el que el único
problema es la propia carretera que lo cruza como una mala cicatriz en un lugar
en el que confluyen, me atrevo a decir, los tres edificios más populares
seguramente del lugar, la iglesia, la casa de cultura y el ayuntamiento, este
último edificio sobre todo, se me antoja un tanto fuera de lugar. El
ayuntamiento es un edificio que se me hace grande y moderno en exceso, mas aun
si cabe, después de haber permanecido semi-extasiado por las vistas que ofrece
desde el mirador existente detrás del propio consistorio. Una luz naranja
intensa con tintes rojo fuego se reflejaba en las escasas nubes que manchaban
levemente el horizonte montañoso que anunciaba el ocaso en un día que parecía más primaveral que de
invierno y que este año ha sido especialmente cruento pero que hoy nos daba un
respiro.
La sala del auditorio me parecía un tanto grande para el
tipo de evento, pero como siempre y ya sin sorpresa para mí se iba llenando
hasta alcanzar el lleno. La charla es sobre Gorbea, el cuarto monte más alto
del País Vasco y posiblemente la cumbre más alta en el mundo que alberga una
imponente cruz. Un monte atemporal, bucólico que arraiga un número indefinido
de historias que se van convirtiendo en hitos y mitos a fuerza de explorar sus
mágicos rincones o escuchar sus anécdotas. Eso es lo que hace el creador del
evento, Iñaki. Un estanquero bebedor de conocimiento que está en continuo
aprendizaje y que es uno de esos privilegiados que es consciente de que es
quien más sabe de lo poco que sabe de cada vez más cosas. Un contador, no de cuentos sino de historias
de anécdotas y datos empíricos que son contados con la magia y fluidez que le
otorga su retorica que le ha generado un buen numero de fervientes oyentes,
entre los que me incluyo, a los que la narrativa nos va penetrando como palabra
divina, se imbuye en nosotros, no por fe sino por contagio de la efusividad y
buen contar de quien narra desde el sentimiento.
Cuentan y cantan, hoy es uno de esos días que también
cantan y de eso se encarga Gontzal Mendíbil (el bardo de Zeanuri, tal como lo
presenta Iñaki) Gontzal es entre otras muchas cosas un ilustrado cantautor que
proclama sentimiento con su voz en la lengua que mejor expresa lo que dice,
el euskera. No es preciso entender la letra porque sabe trasmitir desde su
interior lo que canta. Mientras sonaban las notas de su guitarra en esta ocasión
me imaginaba quinceañero de nuevo y que era yo quien hacia sonar esas notas
ante una cuantas jóvenes enamoradizas, si bien fue la frustración de mi
desconocimiento en tocar tan bonito instrumento quien me devolvió al
auditorio, sin abandonar, eso si la sensación de seguir escuchando los acordes hechos
amor que tan bien sabe transmitir
Gontzal.
Acompaño a Iñaki por el exterior y al mirar el cielo me
obnubilaron las estrellas. No se ven habitualmente con esa nitidez desde la
ciudad y particularmente a mi me sigue dejando maravillado la visión que
ofrecen, iba a referírselo a Iñaki pero su voz me devolvió a tierra firme y creí
impertinente hacer comentario alguno al respecto. Al rato me despedí de Iñaki y
antes de mi partida levante nuevamente la mirada al cielo y esta vez la vista se poso en una resplandeciente luna,
aspiré una profunda bocanada de aire de meterme en el coche y comenzar el
descenso por la tortuosa carretera que me obligo a prestar más atención a las
curvas que al éter.
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