lunes, 16 de marzo de 2015

En Zaratamo

Es uno de esos días apáticos en las que uno desea cierto abandono de espíritu pero sin demasiadas pretensiones y que hasta una pequeña huida se antoja una bocanada de aire, o la posibilidad al menos de no tener que seguir respirando ese aire viciado y pesado que hace que se comprima el estomago como si estuviera esperando una fatalidad o cuando menos que algún acto o persona termine por qué ese día que no era más que rutina de hastío se convierta en otro agobiante día.
Pero llega el aire, hoy en Zaratamo hay una charla cultural sobre Gorbea a cargo de Iñaki García Uribe y el cantautor Gontzal Mendíbil y es una de esas evasiones que se agradecen. Apenas doscientos metros después de dejar la autopista comienza el ascenso por la sinuosa carretera de Arkotxa dirección a Zaratamo, lugar donde se producirá el evento.
Zaratamo es un pueblecito de montaña en el que el único problema es la propia carretera que lo cruza como una mala cicatriz en un lugar en el que confluyen, me atrevo a decir, los tres edificios más populares seguramente del lugar, la iglesia, la casa de cultura y el ayuntamiento, este último edificio sobre todo, se me antoja un tanto fuera de lugar. El ayuntamiento es un edificio que se me hace grande y moderno en exceso, mas aun si cabe, después de haber permanecido semi-extasiado por las vistas que ofrece desde el mirador existente detrás del propio consistorio. Una luz naranja intensa con tintes rojo fuego se reflejaba en las escasas nubes que manchaban levemente el horizonte montañoso que anunciaba el ocaso  en un día que parecía más primaveral que de invierno y que este año ha sido especialmente cruento pero que hoy nos daba un respiro.
La sala del auditorio me parecía un tanto grande para el tipo de evento, pero como siempre y ya sin sorpresa para mí se iba llenando hasta alcanzar el lleno. La charla es sobre Gorbea, el cuarto monte más alto del País Vasco y posiblemente la cumbre más alta en el mundo que alberga una imponente cruz. Un monte atemporal, bucólico que arraiga un número indefinido de historias que se van convirtiendo en hitos y mitos a fuerza de explorar sus mágicos rincones o escuchar sus anécdotas. Eso es lo que hace el creador del evento, Iñaki. Un estanquero bebedor de conocimiento que está en continuo aprendizaje y que es uno de esos privilegiados que es consciente de que es quien más sabe de lo poco que sabe de cada vez más cosas.  Un contador, no de cuentos sino de historias de anécdotas y datos empíricos que son contados con la magia y fluidez que le otorga su retorica que le ha generado un buen numero de fervientes oyentes, entre los que me incluyo, a los que la narrativa nos va penetrando como palabra divina, se imbuye en nosotros, no por fe sino por contagio de la efusividad y buen contar de quien narra desde el sentimiento.
Cuentan y cantan, hoy es uno de esos días que también cantan y de eso se encarga Gontzal Mendíbil (el bardo de Zeanuri, tal como lo presenta Iñaki) Gontzal es entre otras muchas cosas un ilustrado cantautor que proclama sentimiento con su voz en la lengua que mejor expresa lo que dice, el euskera. No es preciso entender la letra porque sabe trasmitir desde su interior lo que canta. Mientras sonaban las notas de su guitarra en esta ocasión me imaginaba quinceañero de nuevo y que era yo quien hacia sonar esas notas ante una cuantas jóvenes enamoradizas, si bien fue la frustración de mi desconocimiento en tocar tan bonito instrumento quien me devolvió al auditorio, sin abandonar, eso si la sensación de seguir escuchando los acordes hechos amor que tan bien  sabe transmitir Gontzal.

Acompaño a Iñaki por el exterior y al mirar el cielo me obnubilaron las estrellas. No se ven habitualmente con esa nitidez desde la ciudad y particularmente a mi me sigue dejando maravillado la visión que ofrecen, iba a referírselo a Iñaki pero su voz me devolvió a tierra firme y creí impertinente hacer comentario alguno al respecto. Al rato me despedí de Iñaki y antes de mi partida levante nuevamente la mirada al cielo y esta vez  la vista se poso en una resplandeciente luna, aspiré una profunda bocanada de aire de meterme en el coche y comenzar el descenso por la tortuosa carretera que me obligo a prestar más atención a las curvas que al éter.

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