¡Me voy! ¿Me oís? ¿no? ¡Salgo un momento! Corriendo como alma que lleva el diablo salía sin que nadie le hiciera caso. ¡Aquí está! ¡Ea, ea, ea, duerme mi niño!…¡Mercedes! ¿Pero que haces aquí nenita?…Una de sus fugas preferidas, la casa de la vecina y pasear aquel muñeco por la galería de la segunda planta emulando la madre que nunca fue.
Otra de las escapadas preferidas de Mercedes, la huerta. ¡Ummmm, que olor! Aspiraba aquel aroma como si le fuera la vida en ello, a pesar de que lo único que obtenía de su pasión por ese aroma era aquel enorme hinchazón de labios y ojos. Aun así la atracción que ejercían aquellas flores era tan grande que cada vez que podía, repetía la aventura. Terminamos por llamar hincha-morros a las hortensias por ese motivo.
Algunas de las veces los nervios no la dejaban parar y en cuanto se descuidaba la madre, ¡allá se iba Merceditas! carretera arriba, carretera abajo, por el camino paralelo a la casa o cualquiera otro camino, posiblemente buscando aquella romería a la que siempre le prometían y que nunca terminaban de llevar. La atención que ponía cuando le describían aquel lugar en el que habría músicos y baile, esa cara de satisfacción, bien merecía el engaño.
Mercedes tubo un traspiés con el duende del destino, ese pequeño canalla invisible que sujeta el hilo de nuestra vida y que va llevando por distintos caminos que son la diferencia entre vivir y sobrevivir. Una temprana meningitis le arrebato esa parcela del cerebro que nos da autosuficiencia, habla y conocimiento. ¡No pasará de la mayoría de edad! –pronosticaron los médicos que en aquella lejana época la trataron- Afortunadamente no acertaron tan aciaga predicción.
Era el 17 de abril del 2014 un día después de su nonagésimo primer cumpleaños, que curiosamente ha coincidido con el nobel García Márquez, ha llegado casi a sus cien años de soledad, compartida y con distinta suerte, Merceditas ha partido a juzgar por su cara de felicidad a buscar la romería que a buen seguro “Papá Manuel” la llevara, esta vez sí, cogida de la mano.
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