martes, 4 de agosto de 2015

Gorbeia de noche

Yo no me considero montañero al uso, no aspiro a encumbrar las mas altas montañas en el sentido de conquista. No tiene para mí el más mínimo aliciente coronar una cumbre de 2.000 m. o más, por el mero hecho de poner una bandera en lo alto, levantar los brazos al viento cuan conquista del universo, ni por lograr crecer mi ego de manera exponencial a la altura conseguida. Pero si me gusta el monte, en la acepción más próxima a una de las definiciones de la Rae "Tierra inculta cubierta de árboles, arbustos o matas" inculta, "incultivada", salvaje; en esa tierra que medra cuanto es capaz de erigirse hacia arriba aunque apenas sean unos pocos centímetros, esa es mi "montaña".

Hasta el momento mis "ascensiones", no marianas, han sido a alturas menores a los mil metros (ya os lo he dicho, soy un mingafrias del montañismo) pero este fin de semana pasada hice una "machada", subí a una cumbre de.1.482 m. para ser exactos (coño, menos mal que no me gustan los retos montañeros, porque hubiera puesto hasta centímetros) Qué no, que no es el récord de altura, es la necesidad de ver en directo lo que hasta ahora había visto en fotos. Antes mencioné la palabra "machada" con cierto resabor de macho, no, nuevamente contradigo mis pensamientos y los tuyos para corregirnos a ambos. La machada es que me escapé de casa para ascender... ¡de noche!(vale, no literalmente, no seas quisquilla) Es por la guasa de "la contraria", parece ser que ya soy bastante negado para hacer esfuerzos de día y lo quiero complicar con la noche (Entre tú y yo, ahora que la contraria no lo lee, me supone menos esfuerzo, por la recompensa de la escapada. Pero no se lo digas, que es capaz de castigarme la próxima y no dejarme salir) Parece ser que solo imaginarme con la linterna en la cabeza parece que le produce cierta risa fácil, pero cómo es contraria, pero no muy mala se lo perdono...un poco.

La noche se previa oscura y lluviosa, afortunadamente no llovió y además la amiga luna tubo la deferencia de acompañarnos la mayor parte del recorrido, curiosamente a través de unos leves huecos entre nubes que parecían querer acompañar nuestro viaje. Algo que agradecí sobremanera. La iluminación artificial nos permitían ver las irregularidades del camino, mientras la natural nos dejaba vislumbrar la silueta de la vegetación. La penumbra nos mostraba otra cara de la vegetación, a la que a veces, los destellos del agua de rocío y la lluvia caída con anterioridad, hacía que nos devolvieran el reflejo de la luz de la luna como si de estrellas en miniatura se tratara.

El pedregoso y empinado camino nos llevaba a ratos entre árboles, a ratos entre arbustos, a ratos entre helechos, hasta que en un momento dado nos desviamos del pedregal para adentrarnos en uno de los múltiples hayedos y comenzó la magia...Caminar entre el rumor de esos gigantes que tupían el camino mientras nos hablaban con sus ramas. La leve brisa balanceaba las hojas que nos susurraban mientras dejaban caer su agua cuan lagrimas de alegría. Bien, me pongo ñoño y pienso que lloraban de alegría porque aún me persiguen miedos noctámbulos, que mas que acercarme al camino de las bellas musas sensualmente vestidas de brillo y sombras, me arrastrarían al borde del hades, pero no es el caso. Tras un cierto tramo entre las musas desprendidas de las hayas (y punto) nos acercamos a un refugio que en lugar de hermosas zagalas y fornidos mozos, nos reciben hermosas vacas, recostadas placidamente sobre una capa de helechos y arbustos. Apenas se giran para mirarnos excepto una, una "chala" que seguramente guiada por su intrepidez juveníl se nos quedó mirando, en este caso, no cómo las vacas al tren, si no como vaca incredula que claramente nos preguntaba ..."¿A dónde vais cuadrilla de chalaos? ¿os habéis perdido? ¿es la primera vez que vuestros amos os sacan a pastar?"...
ain apenas darme tiempo a contestarle, continuamos hacia la meta.

¡Por cierto! No lo he dicho, probablemente algunos lo sabéis, pero a los que no, os tengo que aclarar que el objetivo era ver amanecer en la majestuosa cruz que a modo de condecoración se halla en la cima, efectivamente a 1,482 m exactos. Si habéis seguido la lectura (no os reprobaré que la hayáis abandonado) os habréis percatado de mi falta de tacto al no ir enumerando los lugares que mis acompañantes si conocen con pelos, en este caso con palos y señales, es mi primera vez y quien conozca ese paraíso elevado me sabrá disculpar, por la ingente cantidad de posibles caminos existentes para llegar al mismo sitio. Sé que salimos de la cantera de Murua y que teníamos la sana intención de llegar a Gorbeiagana, que diría el amigo Iñaki, es decir a la cumbre y acariciar la cruz mientras nos saludaba el amanecer.

La luna se escapó entre la nubes y la niebla que se arremolinaba enrededor de la cumbre, no le reprocho su abandono viendo lo que se presentaba, si le agradezco su grata compañía hasta entonces. En lugar del amanecer dulce se presento el Señor Aire que arreciaba por momentos acercandonos a la Señora Niebla que nos agradeció la visita con un fuerte y repentino abrazo, que apenas nos permitió lanzar algunas palabras recomendándonos aproximarnos , lanzar unas fotos para inmortalizar el momento y comenzar el descenso pegandole una última mirada a la silueta de la amatxo de Begoña y a la cruz, que apenas nos alejamos y perdimos de vista. Traidoras son las alturas. Menos mal que quienes me acompañan conocen el lugar, si no tal vez, hubiera aparecido en otra provincia diferente de la que partimos.

El descenso siempre más penoso y doloroso que el ascenso. Con los tobillos castigados por la irregularidad del terreno, el ascenso, las casi 24 horas que llevaba despierto en lugar de cansancio reapareció la magia, La Señora Niebla nos abandono arriba y nos saludaba ya el Señor Sol que se abría pasa a rayazos dorados entre las impertinentes y juguetonas nubes que se resistían a darle paso, afortunadamente sin éxito. Nos mezclamos con el hayedo y como un crío con zapatos nuevos (que te han jorobado los pies, pero nuevos a fin de cuentas) no acierto dónde mirar. Imponentes hayas, verdes raices con un musgo verde y esplendido se aferran a la tierra sobre trozos de pequeñas ramas caídas en la lucha de la supervivencia, hojarasca derrumbada por el tiempo, piedras, hierbajos, hiedras, helechos....¡esto es la naturaleza profunda! retazos de lucha por sobrevivir en una maraña que más que parecer caotica se intuye ordenada con un criterio que ella misma entiende. Cómo ninguno de mis acompañantes tiene interés en pararse para disfrutar lo que a mi me hace olvidar hasta el cansancio, con egoísmo supremo, recojo profundas bocanadas de aire húmedo y oloroso en un esfuerzo último de llevarme una parte de esa naturaleza que me sigue acompañando con sus lagrimas mientras nos aproximamos al fin del trayecto.

Las imágenes seguro que hablan mejor que lo que yo escribo.












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