A vueltas desde Europa.

Cuando se nos presento Europa como alternativa de progreso, yo vivía con la emoción que daba sentirse parte de la historia, si. La historia en España no es precisamente un ejemplo de evolución per se, sino la consecuencia de la propia capacidad de sus gentes de evolucionar.

Yo he vivido la parte dulce del Franquismo, aquella en la que prácticamente la totalidad de la sociedad había aceptado que, si uno ponía cuidado de que lo hablaba y donde lo hablaba, se mantenía alejado de la política y se obviaba la carencia de libertad, tampoco se vivía tan mal, máxime si uno pensaba que aquello no iba a tener un cambio radical, ni visos de que cambiara.

Como dice la canción, …”todo pasa, todo llega”… y llegó. Se murió Franco y llego el cambio de régimen. Si, porque a fin de cuentas, visto desde la distancia que dan los treinta y ocho años de eterna transición, solo puedo corroborar que hemos cambiado de el régimen dictatorial de Franco por el régimen dictatorial de los Socialistas y Conservadores que durante estos largos treinta y ocho años se han alternado en el poder de esta mal llamada democracia.

Atrás queda la ilusión de la ventaja de ser “Europeos”. Con una Alemania despojada del titulo de líder innovador tecnológico, para convertirse en líder impositor económico. Una Francia que de, súper-potencia y adalid de la cultura, demuestra lo poco o nada que han evolucionado, de considerar la “liberte” sexual que se les presumía a las Francesas/es, a ponerse colorados y convertir en un circo mediático una boda gay.

Un sentimiento tengo claro, lo que no quiero ser. No quiero ser “global” porque creo en las identidades que dan la pertenencia regional del individuo.  No quiero ser Europeo, porque no quiero formar parte de esta especie de compadreo político que pretende involucionar socialmente para evolucionar como simples mercaderes de dinero. Nos merecemos algo más como humanos que este simple intercambio de monedas y de intercambio cultural con calzador.